Tenía yo en aquel entonces el don de la ubicuidad que solo la juventud concede; el ejercicio de mi profesión aunque muy absorbente lo disfrutaba mucho y me permitía estudiar una maestría, ser policía auxiliar y luego asesor de Seguridad Pública del Estado, co-editor del suplemento cultural del entonces mejor periódico regional y muy serio fotógrafo aficionado. 

Hoy no me explico cómo, pero me daba tiempo para tomar, revelar, imprimir y regalar las fotografías que mis amigos necesitaban para sus cosas: un pasaporte, una boda, una reunión, la contraportada de un libro, las carteleras para sus exposiciones y las de sus obras de teatro.

Así, un buen día apareció un mi vida una chiquilla encantadora, llena de alegría y talentos, muy sabihonda y también incansable, que decidió se casaría conmigo en cuanto me vió -y de lejos-. 

Recién recibida de Diseño de Interiores, estudiaba Filosofía y Letras, Danza, Música, Arte dramático y participaba en el teatro universitario y en el profesional. Necesitaba de unas fotografías para anunciar la obra de Ionesco en la que actuaba en el papel estelar (Claro!). 

Desde luego yo era el candidato ideal, casi nunca cobraba, lo hacía rápido y aceptablemente bien.


A menos de dos meses de concurrir a exposiciones de pintura, obras de teatro y muestras de cine europeo, pasamos a ser novios por 12 horas, prometidos por 18 días y hemos estado felizmente casados por más de 30 años.
Luego supe que ella coleccionaba mis artículos del Suplemento Cultural ilustrados con mis propias fotografías y reconoce haberse enamorado de mi prosa y mis imágenes, sin conocerme en persona. 

Me imaginó de edad madura, intelectual, alto, de bigote, muy serio y formal. Para mi fortuna, a pesar de haberse equivocado en todo lo anterior, decidió ser la madre admirable de nuestros hijos.

Todo esto lo menciono, no solo porque el recuerdo es muy grato, sino porque pudiera ser indicativo de los efectos duraderos de un buen trabajo fotográfico.

A la fotografía, que mi padre me enseñó a amar y respetar, y a un buen amigo, le debo haberla conocido. 

A mi suerte le debo que ella me haya amado y que yo no haya perdido la capacidad de divertirla y sorprenderla por más de 30 años.

A mis fieles Exaktas y a un extraordinario 100mm Ennalyt les debo estas imágenes de ella de esa época memorable.

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